Roberto Carlos Lange hizo crecer sus raíces ecuatorianas y las convirtió en frondosos árboles, hasta el punto de hacerlos transnacionales y policulturales: con la música como epicentro, se dedicó a expresar en audio, vídeo y performances todo aquello que removía sus entrañas, siempre inclinado al paso, entregado a la pausa y el despliegue rítmico en perjuicio del trote cuadrado.
En sus casas de Florida, Georgia y Brooklyn siempre sonó la música, especialmente la generada por el espíritu inquieto de un creador que se sirve de la electrónica y la ensoñación para facturar piezas impactantes. Su última creación editada es Invisible Life, un racimo de canciones con trazo grueso y elegante, que parecen flotar a diez centímetros del suelo y sortear los árboles de un bosque tropical para envolverlos en tejido ignífugo. Música que sana sin pretenderlo.
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